Los títulos de deuda de la principal empresa petrolera estatal del país cayeron estrepitosamente tras ratificarse la decisión de la dictadura por perpetuarse en el poder. Cualquier posibilidad de cambio y de normalización económica fue rápidamente sepultada.
Tras conocerse la generalizada operación de fraude electoral perpetrado por la dictadura socialista de Nicolás Maduro, todas las esperanzas de cambio en el país terminaron por derrumbarse.
El régimen totalitario se perfila a mantener el poder por tiempo indeterminado, y ello supone la continuidad del modelo económico que destruyó la que alguna vez fue la economía más rica de Latinoamérica. Los bonos soberanos emitidos por el Estado venezolano sufrieron un derrumbe del 10% al cierre del día lunes, por lo que la deuda reconocida por el régimen no es más que un panfleto de nula credibilidad.
Asimismo, los títulos de deuda emitidos por la petrolera estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) se hundieron entre un 13% y hasta un 15% en un solo día. La marcha atrás con la apertura política y económica del país boicoteó la incipiente corriente de inversiones extranjeras que se avecinaba sobre el sector petrolero, en vista a un eventual cambio de régimen político (ahora completamente socavado).
De hecho, y pese a que el Riesgo País de Venezuela es con diferencia el más alto del mundo, el régimen podría verse obligado a incumplir todas sus obligaciones y no atender a ningún pago ni local ni externo, sin siquiera la posibilidad de un canje compulsivo como normalmente ocurre en países que caen en default.
Los desastrosos resultados de la economía socialista en Venezuela
Tras 25 años de chavismo ininterrumpido, la actividad económica, la moneda e incluso el tejido social fueron completamente despedazados por un modelo fracasado y agotado. El PBI medido en moneda constante sufrió una violenta caída cercana al 71% entre tercer trimestre de 2014 y el primer trimestre de 2024, la más importante de la que se tenga algún registro en la historia de América Latina, y una caída que solo puede asemejarse a la que sufren países en conflictos armados.
La producción petrolera, la principal fuente de exportación del país, acumuló una caída brutal de casi el 67% desde que el chavismo llegó al poder en 1999. El Estado monopolizó casi completamente el sector, impidiendo la injerencia privada relevante, y los desastrosos resultados están a la vista.
La economía venezolana sufrió una nefasta combinación de depresión generalizada e hiperinflación, como nunca antes se había visto en la región. Los precios minoristas llegaron a dispararse más de un 233% solamente en septiembre de 2018 (el punto más álgido de la hiperinflación), y el promedio de inflación mensual entre 2018 y 2024 superó el 40%.
El último gran pico inflacionario se observó en enero de 2023, cuando los precios llegaron a subir más de un 39% solamente en ese mes. El régimen de Maduro logró contener la inflación a un rango de entre el 2% y el 4% mensual a partir de este año, aprovechando la masiva desmonetización de la economía, el congelamiento del tipo de cambio y de los salarios públicos.
La dolarización-de-hecho de la economía también juega un rol importante en la incipiente estabilización, ya que cada vez más transacciones son reemplazadas por el dólar. Sin embargo, el atraso cambiario insostenible por el Banco Central de Venezuela, en un contexto en donde la tasa de inflación continúa siendo elevada (más del 80% interanual) sugiere que el programa no tiene futuro.
El Estado sigue manteniendo un déficit financiero de por lo menos el 3% del PBI, el cual solo puede ser financiado por emisión monetaria directa, en ausencia de cualquier fuente alternativa. El mercado de capitales local fue destruído por el chavismo, y el acceso al mercado externo es actualmente un hecho imposible.
Una de las consecuencias más nocivas del efecto inflacionario fue la propia implosión del Estado venezolano. Bajo el socialismo, el Estado chavista controla directa o indirectamente los principales servicios públicos del país, el comercio exterior, el sistema bancario, la distribución de alimentos, el tipo de cambio intervenido por el Banco Central, etc.
Sin embargo, su peso relativo a la economía colapsó, hasta solo representar poco más del 14% del PBI en 2024 según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Y esto se debe a que la inflación hizo imposible la confección de cualquier tipo de presupuesto.
La ejecución presupuestaria se divorció totalmente de la planificación, y por lo tanto la mayoría de los servicios provistos directamente por el Estado (la educación, la salud y ciertos servicios de empresas estatales) cayeron en desgracia, obligando a la población a vivir en condiciones miserables.
La pobreza y la miseria crecieron a niveles insoportables, y la tasa de emigración fue tan intensa que incluso la población total del país comenzó a disminuir a partir del año 2016, y jamás volvió a recuperarse. Las pésimas condiciones laborales, los paupérrimos niveles de productividad y la destrucción del poder adquisitivo de los salarios son solo algunos ejemplos de la acuciante situación social que atraviesa Venezuela.